Cuando aceptamos ser entrenadores, sobretodo de equipos en edad de formación, asumimos de forma inmediata el papel de líder de un grupo que es extremadamente receptivo, y por lo tanto, extremadamente vulnerable. Es nuestra responsabilidad no solo enseñar baloncesto, sino que también nos comprometemos a dirigir a un grupo de niños o niñas dentro de el mundo del deporte. Este mundo que tiene infinidad de valores positivos, pero también lleno de actitudes negativas normalmente fruto de el individualismo o la mala educación.
Tenemos que ser conscientes que influimos de manera directa sobre nuestros jugadores, y que nuestra manera de ser, la actitud delante de las situaciones complicadas, el criterio, etc. Todo esto será captado por el jugador y poco a poco llegará a asimilar conceptos que de forma premeditada o incluso espontánea le hacemos llegar mediante órdenes técnicas. Esta faceta de el trabajo del entrenador no nos tiene que pesar mas que los ostros aspectos, sino que tiene que ser igual de motivador y serio que el echo de gritar en los entrenamientos, o competir en los partidos.
Por suerte, tenemos una gran ventaja a nivel educativo: nuestra relación con los jugadores es 90% lúdica y los niños son muy permeables a todo aquello que les llega mediante el juego. Tenemos que preparar con conciencia estos entrenos para transmitir los valores y buenos hábitos a nuestros jugadores.
Todo esto se reflejará a nivel personal y colectivo en nuestro equipo, y le podremos sacar su máximo rendimiento deportivo.
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